Louise Bourgeois en Buenos Aires

 

LOUISE BOURGEOIS EN PROA
Publicada en Los Inrockuptibles – Abril 2011
Estructurada a partir de su relación con el psicoanálisis, la monumental muestra Louise Bourgeois: El retorno de lo reprimido reúne un centenar de obras en las cuales la escultora canalizó sus miedos e instintos más primarios, así como la relación traumática con el cuerpo. Por Alejo Ponce de León y Victoria Márquez


Tranquilos: el día en que la Humanidad deba pagar por sus crímenes contra la Madre Tierra no ha llegado aún. La araña que guarda con recelo la fachada de la Fundación Proa, en La Boca, no es un agente vengador emergido desde el lecho radioactivo del Riachuelo, sino que se trata de Maman, la obra más emblemática de la escultura, pintora, poeta y muy psicoanalizada artista Louise Bourgeois.Un arácnido de acero y bronce que acusa más de nueve metros de altura, ideado como homenaje a su madre, a su carácter protector y paciente, y a sus habilidades como tejedora. El esfuerzo conjunto de una tríada institucional (el Instituto Tomie Ohtake, de San Pablo, el Louise Bourgeois Studio, de Nueva York, y Proa) hizo posible la concreción de la muestra Louise Bourgeois: El retorno de lo reprimido, una exhibición monumental en la que, a través de casi cien obras de la más variada naturaleza, se nos otorga el acceso al mundo privado de esta creadora notable, sin duda uno de los nombres más resonantes en la historia del arte moderno.
La noche de Navidad de 1911, Bourgeois vio la luz por primera vez mientras su madre se disculpaba con el obstetra por haberle arruinado una noche de festejos, ostras y champagne. “Fui un incordio cuando nací. Mi padre, que quería un hijo varón, me tuvo a mí y mi hermana acababa de morir mientras el país se preparaba para la guerra.” Así comenzaba una existencia que iba a estar sesgada por el drama familiar, el abandono, los conflictos de poder y por una necesidad intensa de exorcizar el trauma que mora como el Minotauro en el laberinto viscoso de la mente. A lo largo de su prolífica carrera, Bourgeois cultivó las distintas posibilidades de la “solución escultórica”: el arte como medio definitivo de catarsis y canalización de sus instintos más primarios. A edad temprana descubre que mediante la labor manual puede sosegar los sentimientos de impotencia que florecían en su interior como tumores exóticos: cuando Louise tenía apenas ocho años, en medio de un discurso fanfarrón de su padre, a quien ella detestaba, levanta de la mesa un poco de miga de pan, la embebe en saliva y la moldea hasta que la mezcla toma la forma de su progenitor. Luego de eso procede a amputarle los brazos con delicadeza. “Fue una experiencia importante y determinó ciertamente mi dirección futura”, afirmó en una entrevista. Ese mismo proceso de descarga y cura se repetiría una y otra vez a lo largo de su vida, pero en vez de pan y saliva usaría mármol, madera, bronce y látex para darle cuerpo a sus estados emocionales.

A pesar de la multiplicidad de formas y materiales con los que trabajó, la obra de Bourgeois es conceptualmente homogénea, y en ella puede observarse una relación dialógica entre sus primeras producciones y sus últimos trabajos. La evolución estilística en términos cronológicos prácticamente no existe: en lugar de eso encontramos idas y venidas sobre los mismos motivos y obsesiones como si fueran los ídolos tallados de un culto en el que se exalta la persistencia de lo individual. Teniendo en cuenta esto, podemos afirmar que sus trabajos están atravesados por un único y muy definido hilo conductor: los conceptos básicos de la angustia, la violencia, el miedo, la culpa, la ausencia y la relación traumática con el cuerpo, en un mundo donde las manifestaciones físicas de agresividad quedan reservadas exclusivamente para los hombres: “Como en sus cincuenta y dos años nunca vi a mi madre enojada, cuando me enojo siento vergüenza […] Los que se enojan son los hombres, las mujeres se supone que huyen o se callan la boca […] Esto a mí me hace gritar, me ataca la identidad”, dirá Bourgeois.
Las protuberantes esculturas expuestas en la planta baja contribuyen a crear un clima opresivo (en el que se destaca, de manera casi irónica, una obra en la que puede verse la leyenda Claustrofobia y Omnipotencia), repleto de figuras colgantes que evocan un paisaje de carnicería. Figuras desolladas, piernas ortopédicas y cuerpos retorcidos constituyen una especie de cartografía de la tensión y del sufrimiento corporal.El eje curatorial de la muestra es la relación de la escultora con el psicoanálisis, un vínculo fecundo que se extendió durante casi cuarenta años y le permitió identificar sus temores y obsesiones ocultas entre la maleza del inconsciente. Respaldada por un lujoso catálogo de dos volúmenes donde se publica una selección de muchos de sus escritos, inéditos hasta el momento, Louise Bourgeois: El retorno de lo reprimido es una oportunidad única para conocer o redescubrir a una artista que nació con el siglo y murió con él. Despegó de la capital de las ideas del siglo XIX, París, para hacer nido en la Gran Manzana, la ciudad del siglo XX. Se convirtió en un referente para el movimiento feminista y a través de su trabajo sedujo a Duchamp, a Miró, a Keisler, a Warhol. Pero aun en medio de la vorágine vanguardista eligió mirar hacia adentro y mantenerse fiel a su manía. Construyó una obra introspectiva y brutalmente honesta, un reflejo del interior oscuro común a todo ser humano, lo que le otorga cierta cualidad universal sin dejar de ser profundamente personal. Logró poner en imágenes los fantasmas y las pasiones que la atormentaban y que fueron a la vez una fuerza motora constante para el proceso creativo, que la liberaba: “El arte es garantía de cordura”, declara en una de sus obras. Y al ver su gran sonrisa en todas las fotos que de ella encontramos, no podemos hacer otra cosa que creerle.
El retorno de lo reprimido. En Fundación Proa. Av. Pedro de Mendoza 1929.
Hasta el 19 de junio.

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